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sábado, 31 de mayo de 2014

Haciendo balance

¡Buenos días a todos! Y un saludo especial a nuestros lectores en Tel Aviv, Southampton y Maryland, que ya nos hemos enterado de vuestra existencia. Os animamos a todos a que no seais egoistas y compartais este blog con los vuestros, estén donde estén. Direis que vaya horas de desear buenos días. El caso es que tenemos dos horas menos que en España, y a partir de mañana serán tres. Por eso el blog se actualiza tan tarde...
 
Seguimos en nuestro limbo particular, ahora en 43º04.3240 – 040º36.8640 y navegando a 9 nudos. No sé cómo os imaginareis esto desde tierra. Somos 33 personas en un barco de 53 metros de eslora y salvo a la hora de comer apenas se ve gente -y aún así todavía hay quien se salta las comidas. El oficial y marinero de guardia en el puente (ellos afortunadamente siempre están en su sitio), el genial equipo de cocina en su tarea, alguien de máquinas que me cruzo de vez en cuando, alguno de los biólogos en el salón o dando una vuelta por el puente... y para de contar. Lo cierto es que esta ruta no está ayudando a socializar. Ayer arreció el viento hasta alcanzar cuarenta y tantos nudos, pero a pesar de que no llegó a la intensidad de aquella tormenta que cruzamos en el 2012 nos afectó bastante porque cambió de dirección y no hubo otra opción que ponernos a la capa durante 10 horas. Estar a la capa es posicionar el barco para coger las olas por la proa, y bajar mucho la velocidad para disminuir el balance. Lo de disminuir el balance no penseis que equivale a mantener el barco casi inmóvil, ya quisiéramos nosotros.
 
Todo tiene que estar atornillado o atado a algo
Los dos últimos días nos han cansado bastante. Parece una tontería, pero se va mucha energía en mantenerse vertical, y cualquier actividad cuesta más trabajo del habitual. Si escribo en el ordenador de mesa que hay en mi camarote, el teclado se me escapa de las manos con cada balance porque está en una bandeja retráctil bajo la mesa. Si escribo en el portátil, como ahora, desde el laboratorio de acústica, el ordenador no se mueve porque lo pongo sobre un tapete de goma, pero de vez en cuando tengo que dejar de teclear y agarrarme al borde de la bancada si no quiero ir a parar con la silla al otro lado del laboratorio. Hay que ajustar todo al ritmo del balance: abrir puertas, subir escaleras, caminar, beber... en fin, que lo menos incómodo es estar en horizontal, y me da la impresión de que es lo que está haciendo la mayoría porque hay muy poca gente circulando por el barco.
 
Tampoco estamos durmiendo bien, entre el millón de ruidos de los camarotes y que no hay forma de mantener la postura en el catre. Por lo que he oído creo que muchos de nosotros hemos optado por intentar ignorar los ruidos en lugar de intentar acallarlos, que es el cuento de nunca acabar. Siempre quedará algo rodando en un cajón. Lo que sí voy a hacer esta noche es descolgar todas las perchas, que han pasado la noche entera deslizándose con mucho tesón de un lado a otro de la barra.
 
El caso es que ahora sí que definitivamente no llegaremos al caladero hasta el lunes, que es una contrariedad porque perdemos un día de pesca. Vamos a esperar un día más para decidir si empezamos por el sureste, como de costumbre, o nos dirigimos al norte. Este año tenemos que hacer malabares con más factores de lo habitual por la falta de personal.
 
Ayer, en uno de los momentos más movidos de la tarde estaba pensando que cuando lleguemos al Gran Banco habremos recorrido unas 1700 millas. Estamos cruzando el Atlántico en un barco muy confortable en el que no nos falta de nada, pero sin embargo acusamos el efecto del balance ininterrumpido desde que salimos, que se intensificó mucho ayer. No pude evitar en pensar en la travesía de Shackleton con algunos de sus hombres a bordo del James Caird, un bote de unos 9 metros de eslora en el que recorrieron 800 millas cruzando nada más y nada menos que el Océano del Sur, el más indómito de los mares, para ir de Isla Elefante a Georgia del Sur. Desde mi punto de vista, Shackleton es el explorador más grande de todos los tiempos. Partió de Inglaterra en el 1914 con una tripulación de 22 hombres a bordo del Endurance, entre marinos y científicos, con el objetivo de cruzar la Antártida. Pero poco antes de llegar al continente, el barco quedó atrapado en el hielo. Vieron cómo la deriva los alejaba de la costa, un mal menor considerando que unas semanas después la presión del hielo destrozó el barco. Seleccionaron el material indispensable de lo poco que habían podido salvar, y cuando el hielo sobre el que acampaban empezó a romperse con la llegada del verano (a fin de cuentas estaban en medio del Mar de Weddell, y los ruidos que oían eran los crujidos de la capa de hielo) se hicieron a la mar en los tres botes salvavidas. Así llegaron a Isla Elefante. Shackleton sabía que estaban tan alejados de su ruta original que nadie les buscaría allí, y que la única forma de salvarse era ir a conseguir ayuda. Y el lugar habitado más cercano era Grytviken, la estación ballenera en Georgia del Sur. Reforzaron el James Caird, el más grande de los botes, añadieron más lastre para hacerlo más estable, cargaron algunas provisiones y emprendieron la travesía más emocionante de la historia de la exploración, en muy malas condiciones meteorológicas, con raciones muy justas de comida, apenas nada caliente, y sin llegar a estar secos ni poder descansar, con sus sacos de dormir de piel de reno permanentemente mojados y tendidos sobre las piedras del lastre. Cuando estaban llegando a Georgia del Sur una última borrasca les obligó a alejarse de la costa y desembarcar en la parte opuesta de la isla, que aún tardaría muchos años en cartografiarse. Llegados a ese punto no hubo más remedio que cruzar la isla, que es de geografía muy accidentada y con muchos glaciares, andando y en el más breve tiempo posible para evitar la hipotermia. Llegaron a Grytviken 36 horas más tarde, y el resto es otra historia.
 
Con esta perspectiva está claro que no nos podemos quejar de nada. Es mucho lo que se ha escrito sobre la exploración polar a principios del siglo XX en general y sobre la expedición del Endurance en particular. Recomiendo todos los libros escritos en la época, como South, del propio Shackleton, y las biografías de los participantes en las expediciones. Destaca la de Shackleton escrita por Roland Rutford.
 
Hoy lo dejamos aquí, pero mañana os contaremos más cosas. ¡Que paseis un feliz sábado!

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