¡Buenos días a todos! Y un saludo
especial a nuestros lectores en Tel Aviv, Southampton y Maryland, que
ya nos hemos enterado de vuestra existencia. Os animamos a todos a
que no seais egoistas y compartais este blog con los vuestros, estén
donde estén. Direis que vaya horas de desear buenos días. El caso
es que tenemos dos horas menos que en España, y a partir de mañana
serán tres. Por eso el blog se actualiza tan tarde...
Seguimos en nuestro limbo particular,
ahora en 43º04.3240 – 040º36.8640 y navegando a 9 nudos. No sé
cómo os imaginareis esto desde tierra. Somos 33 personas en un barco
de 53 metros de eslora y salvo a la hora de comer apenas se ve gente
-y aún así todavía hay quien se salta las comidas. El oficial y
marinero de guardia en el puente (ellos afortunadamente siempre están
en su sitio), el genial equipo de cocina en su tarea, alguien de
máquinas que me cruzo de vez en cuando, alguno de los biólogos en
el salón o dando una vuelta por el puente... y para de contar. Lo
cierto es que esta ruta no está ayudando a socializar. Ayer arreció
el viento hasta alcanzar cuarenta y tantos nudos, pero a pesar de que
no llegó a la intensidad de aquella tormenta que cruzamos en el 2012
nos afectó bastante porque cambió de dirección y no hubo otra
opción que ponernos a la capa durante 10 horas. Estar a la capa es
posicionar el barco para coger las olas por la proa, y bajar mucho la
velocidad para disminuir el balance. Lo de disminuir el balance no
penseis que equivale a mantener el barco casi inmóvil, ya
quisiéramos nosotros.
Todo tiene que estar atornillado o atado a algo |
Los dos últimos días nos han cansado
bastante. Parece una tontería, pero se va mucha energía en
mantenerse vertical, y cualquier actividad cuesta más trabajo del
habitual. Si escribo en el ordenador de mesa que hay en mi camarote,
el teclado se me escapa de las manos con cada balance porque está en
una bandeja retráctil bajo la mesa. Si escribo en el portátil, como
ahora, desde el laboratorio de acústica, el ordenador no se mueve
porque lo pongo sobre un tapete de goma, pero de vez en cuando tengo
que dejar de teclear y agarrarme al borde de la bancada si no quiero
ir a parar con la silla al otro lado del laboratorio. Hay que ajustar
todo al ritmo del balance: abrir puertas, subir escaleras, caminar,
beber... en fin, que lo menos incómodo es estar en horizontal, y me
da la impresión de que es lo que está haciendo la mayoría porque
hay muy poca gente circulando por el barco.
Tampoco estamos durmiendo bien, entre
el millón de ruidos de los camarotes y que no hay forma de mantener
la postura en el catre. Por lo que he oído creo que muchos de
nosotros hemos optado por intentar ignorar los ruidos en lugar de
intentar acallarlos, que es el cuento de nunca acabar. Siempre
quedará algo rodando en un cajón. Lo que sí voy a hacer esta noche
es descolgar todas las perchas, que han pasado la noche entera
deslizándose con mucho tesón de un lado a otro de la barra.
El caso es que ahora sí que
definitivamente no llegaremos al caladero hasta el lunes, que es una
contrariedad porque perdemos un día de pesca. Vamos a esperar un día
más para decidir si empezamos por el sureste, como de costumbre, o
nos dirigimos al norte. Este año tenemos que hacer malabares con más
factores de lo habitual por la falta de personal.
Ayer, en uno de los momentos más
movidos de la tarde estaba pensando que cuando lleguemos al Gran
Banco habremos recorrido unas 1700 millas. Estamos cruzando el
Atlántico en un barco muy confortable en el que no nos falta de
nada, pero sin embargo acusamos el efecto del balance ininterrumpido
desde que salimos, que se intensificó mucho ayer. No pude evitar en
pensar en la travesía de Shackleton con algunos de sus hombres a
bordo del James Caird, un bote de unos 9 metros de eslora en el que
recorrieron 800 millas cruzando nada más y nada menos que el Océano
del Sur, el más indómito de los mares, para ir de Isla Elefante a
Georgia del Sur. Desde mi punto de vista, Shackleton es el explorador
más grande de todos los tiempos. Partió de Inglaterra en el 1914
con una tripulación de 22 hombres a bordo del Endurance, entre
marinos y científicos, con el objetivo de cruzar la Antártida. Pero
poco antes de llegar al continente, el barco quedó atrapado en el
hielo. Vieron cómo la deriva los alejaba de la costa, un mal menor
considerando que unas semanas después la presión del hielo destrozó
el barco. Seleccionaron el material indispensable de lo poco que
habían podido salvar, y cuando el hielo sobre el que acampaban
empezó a romperse con la llegada del verano (a fin de cuentas
estaban en medio del Mar de Weddell, y los ruidos que oían eran los
crujidos de la capa de hielo) se hicieron a la mar en los tres botes
salvavidas. Así llegaron a Isla Elefante. Shackleton sabía que
estaban tan alejados de su ruta original que nadie les buscaría
allí, y que la única forma de salvarse era ir a conseguir ayuda. Y
el lugar habitado más cercano era Grytviken, la estación ballenera
en Georgia del Sur. Reforzaron el James Caird, el más grande de los
botes, añadieron más lastre para hacerlo más estable, cargaron
algunas provisiones y emprendieron la travesía más emocionante de
la historia de la exploración, en muy malas condiciones
meteorológicas, con raciones muy justas de comida, apenas nada
caliente, y sin llegar a estar secos ni poder descansar, con sus
sacos de dormir de piel de reno permanentemente mojados y tendidos
sobre las piedras del lastre. Cuando estaban llegando a Georgia del
Sur una última borrasca les obligó a alejarse de la costa y
desembarcar en la parte opuesta de la isla, que aún tardaría muchos
años en cartografiarse. Llegados a ese punto no hubo más remedio
que cruzar la isla, que es de geografía muy accidentada y con muchos
glaciares, andando y en el más breve tiempo posible para evitar la
hipotermia. Llegaron a Grytviken 36 horas más tarde, y el resto es
otra historia.
Con esta perspectiva está claro que no
nos podemos quejar de nada. Es mucho lo que se ha escrito sobre la
exploración polar a principios del siglo XX en general y sobre la
expedición del Endurance en particular. Recomiendo todos los libros
escritos en la época, como South, del propio Shackleton, y las
biografías de los participantes en las expediciones. Destaca la de
Shackleton escrita por Roland Rutford.
Hoy lo dejamos aquí, pero mañana os
contaremos más cosas. ¡Que paseis un feliz sábado!
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